miércoles, 12 de febrero de 2014

La Ballena

"De tantos hombres que soy, que somos,
no puedo encontrar a ninguno.."
Pablo Neruda. "Muchos somos"


La ballena emergió como de costumbre, levantando sobre su lomo la caricia última de una mar silente. Remojó la brisa cargada de estrellas con el efluvio ciego de su respiración. Solo un rumor sordo le delataba su propia presencia: su corazón. Separada del grupo, sin región fija de residencia, había regresado una y otra vez a ese páramo de bancos de arena suave que se acumulan a escasa distancia de la orilla. Miró las luces repartidas sobre el costillar de la bahía y respiró de nuevo, despacio, sin asomo de emoción. Después, se quedó dormida.
La ballena soñó que era un hombre y paseó por las orillas y las calles del puerto. Soñó que tenía un nombre de hombre y unas piernas y unas manos de hombre, y era conocido por casi todos. Soñó que tenía una casa que cuidar y en ella habitaban una mujer cálida que le abrazaba de veras y unos hijos que le tendían los brazos y se dejaban acariciar. Que tenía un trabajo que cumplir y lo hacía muy bien. Soñó que era amigo de todos, con esa amistad que sólo existe en la buena intención. Luego, se despertó.
En las noches siguientes, cada vez que regresaba a contemplar este puerto que nunca duerme, se le repetía el sueño. Llegó a conocer tan bien el mundo de los hombres, que tuvo que contárselo a los demás en ese mundo marino. Los viejos cachalotes le creyeron sin cuestionarle, acostumbrados desde la antigüedad a ese influjo maligno. Las ballenas azules, casi extintas, se alejaron de ella con espanto, al escucharle mencionar al hombre. Pero muchas otras se dejaron llevar por lo atractivo del cuento, o del sueño, lo que fuera. Les encantaba escuchar acerca de la sensación de trasladarse sobre dos pies, en tierra firme, y de correr en contra del viento. Les fascinaba el relato de las extrañas costumbres que los hombres practican para poder creer lo que ven, para tocarse sin sentirse, para reproducirse nomás porque sí. Se reían ante la necesidad de los hombres de limpiarse el cuerpo con agua casi todos los días. Pero también se incomodaban ante las sombras oscuras que anidan en ese corazón tan pequeño y que pronto resaltaban en el relato. La ballena, sin saber por qué, intentaba cambiar esas partes de la historia. Pero la imposibilidad de mentir le ponía cada vez más triste.
Un día la ballena soñó que era un hombre que soñaba ser una ballena. Y se vio a sí misma irrumpir entre las ballenas sin consideración ni respeto. Se solazó atemorizando a los pacíficos y sojuzgando a los débiles. Atacaba los cardúmenes por el puro placer de ahuyentarlos. Se descubrió una furia homicida en los ojos y una sed de poder incontenible. Y cuando se creyó mejor que todas y despreció a las ballenas azules, a las negras, a las moteadas, sólo por ser diferentes, se le congeló el corazón, envenenado por la sierpe del egoísmo.

Entonces se despertó el hombre que era soñado por la ballena; y respiró aliviado al descubrirse tendido sobre su cama, en tierra firme. Entonces despertó la ballena que soñaba ser ese hombre, y contenta de ser ella misma, dio media vuelta, alegre al sentir la caricia de esa mar tranquila, silente. Miró por última vez las luces lejanas y se sumergió, ya a salvo, lentamente.

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