sábado, 25 de febrero de 2012

Tus pasos


Escuchó el repicar de tacones, mientras trataba de ajustar la visión a esa semipenumbra que desciende de los ocasos melancólicos de estas latitudes, y percibía un perfume de mujer delicioso. Sin voltear, esperaba a que el tráfico le permitiese cruzar hacia el auto que dejaba al doblar la esquina, en una calle secundaria con algunos árboles que ayudaban a la discreción del amor. Esperó ver a la que se acercaba tan alegremente, pero le sorprendió mirar la acera vacía. Los pasos recién se esfumaban, a un par de metros de él, rebotando en el concreto ahogado de la calzada, pero el aroma permanecía flotando en jirones entre la brisa, a pesar de que no había nadie que los explicase. Sonrió a la primera, incrédulo. Buscó el origen de la broma, pero estaba sólo. Sintió un atisbo de asombro y una alegre exaltación: ¿se encontraba acaso con su primer fantasma? sonrió abiertamente. Los vehículos se espaciaban y aprovechó para emprender el regreso a casa. Pensó en contarlo en la cena, pero se recordó que tendría que explicar lo que hacía en esa zona, cosa impensable. Nunca había sido bueno para mentir. Así que lo guardó para mejor conversación con los amigos. Sabía que se mofarían del relato, imputándole la cobardía de no haberse quedado a averiguar el asunto. Pero, ¿averiguar qué? los pasos se habían extinguido antes de llegar a su lado. Y no había nadie. Eso era indudable. Cierto que estaba en penumbras, pero los pasos habían sonado a escasos dos metros de él. Imposible no ver a nadie, si es que era alguien el que caminase. Una mujer, por supuesto. "O un muerto travesti", se dijo, gorgoteando una risa. "Un curiosos efecto del eco", concluyó, dejando que la imagen de otra mujer real ocupase su mente, salida de su memoria reciente, de hacia escasos minutos, o una hora, a lo sumo.
En los siguientes días, no hubo oportunidad de verla hasta el fin de semana en que se dio a la fuga, aunque con menos tiempo y placer que de costumbre. El hotel era diferente, cerca del centro, así que tuvieron que tomar taxi y luego ella partió apresuradamente, casi terminando el orgasmo, antes de que en su propia casa hubiese un conflicto. Él esperó al segundo taxi, obligado, apresurando los minutos con la culpable ansiedad de quien desea ya ver a los suyos, pero no tanto a los ojos. Entonces escuchó los pasos acercarse desde su costado derecho, un poco atrás, y tuvo que volverse para ver de quién se trataba, recordando el primer encuentro, por lo que no se sorprendió cuando no descubrió persona alguna encima de esos pasos, que esta vez se desviaban dirigiéndose directamente a él. Con el cuello erizado y el corazón agitándose en un espasmo que nunca reconocería ante nadie, abrió enormemente los ojos, con expresión que en otro momento habría calificado de cómica, y dejó escapar un “uuuggghhh” significante de que algo no encajaba en ese universo. Recordó el aroma que le envolvía, discreto pero inconfundible, y se olvidó del “no puede ser” para quedarse con el “¿qué carajos está pasando?” hasta que los pasos volvieron a desvanecerse y el perfume quedó en la memoria y nadie se estrelló contra él, ni le tomó (lo que habría sido horrible) la cara entre las manos. Esa noche, en casa, durmió mal, y eso le sirvió para no tener que inventar otra excusa.
Cuando lo comentó con otro, este le dejó una mano en el hombro y le guiñó un ojo haciéndose cómplice de la aventura. “Te felicito”, le palmeó, con cierta fuerza envidiosa, “esa está que se cae de buena”. Él hizo una mueca. “Si, pero, te digo que los pasos…” “Ahhh, sí, los pasos” chanceó el otro, “debe ser tu conciencia” y con una carcajada y el pulgar en alto, se alejó para contárselo a otros, con excesivos detalles, como siempre ocurre.
Sabía que estaba haciendo mal las cosas. Tenía tiempo de no cumplir en casa, excepto ocasionalmente, alegando cansancio y el estrés del trabajo. Y le mataba despedirse cada mañana de esa mirada que no le reprochaba nada. Por convencimiento, espació los encuentros, aunque sentía que los necesitaba más que nunca. Es así como un hombre siente colmado su deseo cuando no puede ver colmado ese deseo. 
Salieron de paseo en familia. Después de un par de horas, él, un tanto fastidiado, les dejó curiosear vitrinas y probar chucherías. Sentía que había cumplido su parte de padre y esposo complaciente y amable. Esa noche tampoco iría a verla y eso le provocaba un resquemor que le agriaba el semblante. “Les espero en la esquina” gritó, algo demasiado fuerte “no se tarden”. Miró vehículos y personas andar entre corrientes y flujos de ansiedad. Su propia ansiedad. “Ya basta” se dijo, “domínate”. Se envaró tratando de no pensar en nada, con el rostro hacia las escasas estrellas. “Tienes que terminar con eso”. La frase giraba en su cerebro, mientras deliberadamente borraba el rostro y el cuerpo que se empeñaban en aparecer. “Tienes que terminar con esto”. El rastro del perfume le llegó primero. Luces incandescentes bailaron desde sus ojos. Los pasos llegaron después, alegres, vivos. Se forzó a no mirar, sabiendo que no habría nadie. Aspiró con fruición el aroma que ya le era entrañable. Se sobresaltó cuando sintió los brazos rodeándole la cintura y el perfume subiendo en efluvios desde ese cuerpo cálido y por un instante desconocido. Le miraba desconcertado mientras ella subía su rostro hacia él, preguntando: ¿hueles? ¿te gusta? y le buscaba la expresión esperando que no se molestara. Él atinó a abrazarla, con un alivio que pensó ella nunca entendería. Para disfrazar su desconcierto, acercó su rostro a su cuello, oliendo esa fragancia que le hacía reaccionar como hacia mucho tiempo. “Lo compré para ti” le decía ella. “Bueno, para mi para ti” rio con un sonido infantil que rompió el corazón de él. “De mi para ti. Así se llama. Tuve que comprarlo”. Y él la abrazaba más fuerte, deseándola aún, con la risa de los hijos llegando desde atrás, acompañando el sonido de sus palabras cuando ella le dijo al oído, en tono sugerente: “no pude resistirlo”, y él contestaba, totalmente complacido: “Yo tampoco”.

Ricardo A. Simental Z. (c) 2012

lunes, 20 de febrero de 2012

Desencuentros


Él soñó que era ella y que ella era otro. Y se sintió añorándose a sí mismo desde el corazón de ella, tan desconocido hasta entonces, mientras permitía que el otro le acariciase. Se miró desde los ojos de ella rondándola con cierta timidéz a pesar de sus bravatas y hacer un rictus de celos fingiendo al mismo tiempo indiferencia. Y sonrió muy siendo ella al verse en esas actitudes infantiles. Sintió ablandarse la parte más intima de ella cuando se vio acercarse, con la sonrisa a media agua entre el azoro y la determinación, y cuando su mano de él tomó su mano de ella, la sangre le llenó cada célula con un impulso acogedor, pleno de deseo y cierta ternura. Luego llegó el otro que era ella, con un aplomo que le desarmaba y una razón irrebatible. Y miró la desolación en el rostro de él mismo mientras se alejaba y sentía crecer un mudo alarido en el alma suplicando que le pidiese quedarse. Pero se miró guardar silencio, sin callar sin embargo el amor de esos ojos. "Pídemelo, tonto"; "Dílo de cualquier forma"; "Tócame y me quedaré para siempre". Pero sus llamados siendo ella se quedaban sin reacción aparente de él, que era él mismo. Con desesperación, le miró mientras se alejaba de la mano del otro, quien sabía perfectamente lo que quería ella, pero no podía evitar ese dolor que le partía en dos y se anidaba en el alma física que le había recibido siempre, húmeda como sus lágrimas y cálida como ahora su piel.
Se despertó de súbito, con el corazón  naufragando en un mar espeso de congoja. Ella le miraba con preocupación y desconcierto. "Decías tu nombre" -le dijo- "y gemías, como si lloraras". Él se sintió él de nuevo, con una tristeza enorme y el sexo a medias erguido. La miró desde sus ojos de él, asombrado de la diferencia. Ella percibió su indefensión de ese momento e inició un intento de abrazarle. Él abandonó sus ojos y miró su seno, descubierto por el tirante del camisón caído desde su hombro. Se sintió erguirse de inmediato y el recuerdo del ser de ella se desvaneció. Ella sintió una ternura extrema ante esa expresión desolada de niño perdido. Él quiso tocar su cuerpo. Ella se retiró un poco, desconcertada. Él resintió lo que interpretó como un rechazo. Ella se dio cuenta y se acercó de nuevo. Él ya pensaba en otra cosa, como la escena donde ya era él quien la miraba alejarse a ella con ese otro que era tambien ella, desde su alcázar de suficiencia y yanotequieros . Ella pretendió recuperar el momento anterior y bajó el otro tirante. Él se sintió disminuir aceleradamente, ya sin deseo ni ganas. A ella se le apagaron los ojos. A él le fastidió descubrir la brillantéz del agua en esa mirada. Ella se volvió (para que él) para levantarse (no le viese llorar). Él le dio la espalda y se acostó de nuevo, enojado consigo mismo, intentando recordar. Ella  sintió crecer un mudo alarido en el alma suplicando que él le pidiese quedarse, pero sólo encontró silencio. Él deseaba decir algo, pero no pudo o no supo. Luego la sintió alejarse, y le invadió una profunda sensación de pérdida. Entonces deseó desesperadamente volver a dormir. Y soñar.