miércoles, 16 de mayo de 2012

Ixca sabía todo

A Carlos Fuentes, desde acá abajo.

Ixca amaneció entre nubarrones de smog y cantos de sirenas anunciando al convoy de tiras que pasaban cubiertos con pasamontañas y cascos negros o azules, "pa´lo que importa". En la sima de esa ultima aurora, Cienfuegos caminaba entre los miembros sin coyuntura del esqueleto de México. Buscó en el Barba Azul y en la Bandida, refugios seguros de Roberto Régules e incluso quizá de Gervasio Pola, atravesado por la sombra de Rosa Morales, a la que alguien tuvo que haber querido. No encontró a nadie, excepto a Carlos, sentado de espaldas a la entrada, como todo buen escritor que no puede perder detalle del escenario. Nada se representaba frente a él, pero era la nada a la que había venido buscando. Ixca decidió entrar, nada más para verlo. Cuando Fuentes se volvió, con la mirada plena de certezas, se sintió desaparecer de ese plano y abrió un instante los ojos para oponerse. Quedó luego el silencio entre él y la mesa vacía. Miró al hombre de pie, de recia figura. Le observó torcer el gesto que tan bien conocía. Ese Ixca Cienfuegos que él había sido le miraba a su vez desde la altura, iniciando el retiro. Se reclinó contra el aire amargo del antro extinguido. Se quedó como Carlos mientras escuchaba los pasos rejuvenecidos yéndose como él, andando sin prisa hacia la salida, a una región más transparente que esa semioscuridad de la que ahora era motivo. Él, comprendiéndolo todo, se quedó mirando al vacío.