lunes, 12 de noviembre de 2012

DE PLATÓNICO EL AMOR

La vio venir, buscándole con la mirada. Recordó que le había indicado esperarle en la acera de enfrente, justo al lado de un puesto de periódico con pocos periódicos y muchas revistas envueltas en bolsas de plásticos y tetas al descubierto. La observó mientras ella buscaba algo en su bolso y luego se pintaba los labios con ello. La deseo desde ahí, como si una parte del cuerpo se le desprendiese por completo. Miró al mismo tiempo que ella el reflejo de su figura esbelta, su pelo corto, sus ojos perdidos. Se sintió parado justo detrás de su espalda, con las manos queriendo su cintura, sus  senos, sus hombros descubiertos recién. Formó un beso con los labios y cerró los ojos, una figura  inmóvil a 50 metros de distancia, en la esquina opuesta, rodeado por la muchedumbre en marcha, por la muerte anónima que circula siempre por las aceras. No dejó ir el beso sino que lo conservó, retrayendo los labios en una semisonrisa que los parpados cerrados hicieron aún más notoria. Se sintió estremecer en una mano, ansiando el saludo que nunca llegaría. O la caricia. Le registró los zapatos ridículos, los brazos rollizos y la edad. La amó por un instante, hasta que el camión urbano que interrumpió su visión le apagó el momento con el ruido y su gas venenoso. Paladeó todas las posibilidades de amor e infelicidad que hubiera podido tener con ella. Se despidió con un gesto de las cejas, una cálida mirada desde sus propios ojos, y un pequeño silbido que la llamaba por su nombre y se alejó en dirección cualquiera, sin notar siquiera que ella finalmente volvía su cabeza hacia su persona andante,  y mirándole las espaldas, sin conocerle, se preguntaba en silencio: “¿era este el sitio?”; “¿me habrán engañado otra vez?”.

R.A. Simental
Nov 2012