lunes, 10 de marzo de 2014

Tona

Andrés Xocoyotzin miró desaparecer al ave entre las garras de la aguililla. La había distraído el sonido de ese silbido que el niño lanzaba con asombrosa gracia al mirar comer a gorrioncillos y calandrias entre las ramas del huamúchil que se anclaba detrás del pozo.  Quedó horrorizado de lo que había hecho. Las demás aves huyeron raudas, desgranándose a borbotones entre el arbolado. Andrés no había querido hacer daño, pero la imagen de ese rapto le dejaba un frio de muerte atorado en algún lugar que dolía, punzante, con cada respiración. Según el Tata Domingo, el gorrión era su tona, su guardián y su complemento. El primer animal que anunció su huella el día de su nacimiento. El saberlo le había hecho feliz. Él no hubiera querido otra cosa, como los que decían ser tigrillos, jaguares, lobos, coyotes. Él era feliz con su tona y ahora la había matado. ¿Cuánto más duraría él mismo? Sollozando, emprendió cauteloso el camino hacia la choza de su Tata Domingo. Si no podía silbar más, si no habría de poder crecer y saber sus propios secretos, tener su propia casa, su propio alimento, quería pasarse las últimas horas cerca de aquel que más le había  enseñado. A sus nueve años, de carácter dulce y sosegado, había lidiado con quienes se mofaban de su condición frágil, de su actitud contemplativa, de su afición por leer lo poco que había y era el abuelo el que le había mantenido a salvo, con sus consejos.  Creía en las historias del abuelo porque eran mejores que los anuncios de cerveza, de cigarros, de mutilaciones y asesinatos en los escasos periódicos  traídos por alguien, viejos y amarillentos, que se deshojaban en el baño de la escuela, o la cantina.  Sin aliento, arando la vereda con la tristeza, se acercó poco a poco al rancho pobrísimo acurrucado en una hondonada del camino. Miró salir y entrar a la gente, cosa extraordinaria, y corrió para enterarse de lo que entonces presentía: el abuelo, el tataíto Domingo, el que había estado con él desde el primer día de su nacimiento,  sintiéndose mal, se había recostado un rato, alegando un repentino cansancio y había muerto mientras dormía.

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